20/01/2020

  • El arzobispo inauguró hoy la primera Capilla de Adoración Eucarística Perpetua en Santiago, en la Iglesia de San Fernando

Desde hoy lunes día 20 de enero, Santiago de Compostela se suma a la nómina de ciudades que en todo el mundo disponen de una Capilla de Adoración Eucarística Perpetua. En la Santa Misa que monseñor Julián Barrio presidió en el templo parroquial de San Fernando, el arzobispo indicó que “al adorar no nos evadimos de la realidad sino que manifestamos la solidaridad con los necesitados del mundo entero al hacerlos presentes en la oración. Siempre podremos hacer algo más por los pobres Lázaros de nuestro entorno. Es un medio precioso para avivar nuestra fe, esperanza y caridad, y nuestra capacidad de alabanza y de oración universal”. El arzobispo compostelano agradeció la puesta en marcha de esta iniciativa: “Muchas gracias a todos por vuestra presencia tan significativa en este atardecer cuando con un solo corazón y una sola alma inauguramos la adoración perpetua en la Ciudad del Apóstol”, dijo.

La capilla de Adoración Perpetua se aloja en la iglesia parroquial de San Fernando y quedó abierta tras la celebración de la Eucaristía que presidió monseñor Barrio. Antes de ser entronizado el Santísimo en la cripta del templo del ensanche compostelano, hubo una procesión por las calles adyacentes. Hasta el momento, en la Archidiócesis solo existía una capilla de Adoración Perpetua en la ciudad de A Coruña, en el convento de las Bárbaras. En Santiago, el nuevo espacio de oración al Santísimo se suma a la Iglesia de Huérfanas y a la Capilla de la Comunión de la Catedral, con la diferencia de que la adoración en San Fernando se puede hacer a cualquier hora del día o de la noche.

En su homilía, monseñor Barrio aludió a San Agustín, cuando “decía que nadie puede comulgar sin antes haber adorado”. Y recordó que “los monjes de Cluny en el año mil cuando iban a comulgar se descalzaban, sabiendo que allí estaba la zarza ardiente, y que el misterio ante el cual Moisés se arrodilló estaba allí presente. Las formas cambian pero debe permanecer el espíritu. La adoración hace religiosa nuestra vida. Es necesario redescubrir el gozo de nuestra pequeñez ante Dios”.

“Glorificar a Dios”, añadió el arzobispo, “y darle gracias, reparar e interceder por los hombres, mantener la coherencia entre la fe y la vida: este es el estilo de vida del adorador contemplativo a quien todo lo que afecta a los demás, encuentra resonancia en su corazón”.